martes, 28 de julio de 2020

Mi afición a la flor de la cera.


No te extrañe si a la hoya carnosa la nombro por su nombre vulgar de “flor de la cera” y te voy a explicar por qué.
Hace 34 años, siendo novios, mi esposa y yo fuimos a un pueblo llamado Benahavís y que por aquel entonces no llegaría a tener más de 1.000 habitantes. Hoy tiene 7 campos de golf en su término municipal y más de “40” restaurantes. Cuando joven yo había pasado algún verano allí ya que mi padre fue director de una entidad bancaria y posteriormente lo fueron un tío y un primo mío.
Así que hace 34 años, (Mi esposa y yo ya vivíamos en Málaga), visitamos a varias personas del pueblo y nuestra sorpresa fue que cuando entramos en una de las casas, en el patio había colgadas muchas macetas con geranios, gitanillas y otras más.
Mi esposa se sorprendió al ver una planta que estaba en flor y exclamó: “esta es la flor de la cera” y nos contó por qué conocía dicha planta.
Desde que ella nació siempre hubo en su casa en Ronda, un chale grande con un porche de entrada (especie de pórtico) donde había dos macetones con dos hoyas carnosas que subían trepando por las columnas para seguir por el dintel hasta que se unían la una con la otra. En primavera y en verano era un verdadero espectáculo.
Esta señora de Benahavís nos ofreció una lata (de la famosa leche condensada) llena de tierra vegetal y un buen esqueje.
Este esqueje se crió interiormente en el ventanal de la terraza de la cocina del piso de mi suegra y mi novia (una octava planta) por donde a partir del mediodía y por dos o tres horas le daba el sol directo, aparte de que al ser un patio interior de bloques de viviendas de hasta 10 plantas, los patios interiores están todos pintados de blanco por lo que hay mucha luminosidad al seguir dando el sol en otras paredes. Aproximadamente estuvo allí unos diez años y la verdad es que dió muchas umbelas florecidas que eran un verdadero espectáculo.
La Hoya terminó en casa de mi cuñada donde le busqué un buen emplazamiento y que los primeros años que estuvo allí era muy lustrosa (mi trabajo me costó poder guiarla clavando clavos con tacos en la pared y amarrando cuerdas para guiar sus múltiples ramas.

Pero el capricho a mi cuñada le duró poco porque terminó por descuidarla, así como dos buenas macetas ya crecidas que le he regalado posteriormente.
Cuando la hoya aún estaba en el piso de mi suegra y llevando allí poco tiempo, salieron muchos esquejes para regalar y en especial uno que preparé yo para traérmelo a mí piso.
Ese esqueje es el que alguna vez he puesto unas fotos del tronco con un lápiz al lado para comprobar su grosor, así como fotos de ramas guiadas por los alambres y por cuerdas que iban por la pared pegando a techo. Ahí es donde pude comprobar que algunas ramas pueden sobrepasar los 5 metros de largas.
Y por eso mi afición a las hoyas, en especial la que para mí es la madre de todas ellas: “La flor de la cera”


2 comentarios:

  1. Hermosa y nutrida historia !!! Valió la pena... se transformaron en los jardines colgantes de Pepeuve !!!!! Me sorprendieron la primera vez que los ví, en 2011...

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